domingo, 5 de abril de 2009

Prologo.

Las sombras envuelven el gigantesco salón, al medio de la gran pista de danza, dos filas perfectamente ordenadas de bailarines, llevan el paso en barrocas rutinas, las parejas dan vueltas, cruzándose sin tocarse, una y otra vez.
La crema y nata de los vástagos observa extasiada. Los príncipes, Primogénitos y Antiguos se mezclan indistintamente con los de tempranas generaciones en democrático jubilo.
Noche de sangre, noche de fiesta.
Noche de conclave.

Ulises Poirot terminó de afilar la enorme espada y la guardó ceremoniosamente en su vaina, metódicamente preparo también el resto de sus armas. Tenia el tiempo justo para llegar al sitio de reunión, sin embargo no tenía apuro… ellos seguirían allí cuando llegaran.

1,2, 3,… 1,2,3… los fabulosos vestidos al viento, los perfectos trajes girando, la elegancia en el aire, una elegancia de cientos de años de gusto, de cientos de años de decadencia.

Blitz Wolt se caló mas abajo el sombrero y estrechó contra si el frío metal de la escopeta, maldiciendo si tenia que volver a limpiarla por culpa de la lluvia. Encendiendo un cigarro, sonrió frente al panorama que le esperaba, mientras escudriñaba la calle vacía en busca de la silueta oscura de la camioneta.

1,2,3, las hermosas mujeres sonriendo con los agudos colmillos insolentemente al aire a los gentiles caballeros de serio semblante ante los pasos largamente ensayados. Los poderosos discutiendo de antiguas batallas y futuras glorias, los menores, de sangrientas y recientes cacerías.

Morgan Strauss se despidió de sus perros y de su auto, como siempre. De su bolsillo saco el descolorido pañuelo carmesí y se lo anudo a su frente, como siempre. Una vez mas revisó el estado de sus armas, la Mágnum en su costado, las Glock en su cintura, la Katana en su cadera, hasta los dos bolsos en la parte de atrás de la camioneta. Todo en orden, todo frio.
Como siempre.


1,2,3…1,2,3. El carmín brebaje corriendo por las fuentes en santa abundancia, como en los viejos tiempos, ante los murmullos aprobatorios de los comensales y los gritos de aquellos desde donde brotaba.

Isaías Álvarez apagó su computador con un bufido de conformidad, seria su mejor libro, siempre decía lo mismo y según algunos tenia razón, su ultima obra era normalmente la mejor, aunque se suponía que hacia años que había pulido su estilo. Algo aburrido tomó sus armas y bajó hasta el lobby, sin despedirse siquiera de su ama de llaves, recito uno de sus pasajes favoritos y se mentalizo en el personaje que habia escogido para la ocasión, solo dos segundos antes de que la Mitsubishi negra de Morgan se detuviera a su lado.

La oscura silueta de la camioneta surcó las desiertas calles una vez mas, con su carga de rostros decididos y manos crispadas en los gatillos, una carga de muerte, de venganza, de justicia.
Ninguno mencionó nada en todo el viaje, en silencio prepararon sus armas y las de los omnipresentes bolsos, recordando quizás aquellos compañeros perdidos, o las razones de tanta lucha.
El rostro de Blitz en los ajados carteles de se busca, las cicatrices en el rostro de Ulises, la sangre de Verónica en el pañuelo de Strauss, hasta las letras escritas con sangre en los libros de Isaías.

¿Acaso alguien tendría el derecho de juzgar sus razones?

Los demonios en Nueva York, los nazis en el futuro, el viejo pueblito en el oeste americano, la bruja madre Abigail, o el maestro Leiji Tanaka, la reina Dragón, Egipto, Democritus el Justicar, las barriadas pobres de Arica o las catacumbas de Sammy el nosferatu. La puerta a las dimensiones con su ciudad perdida, o la del purgatorio con sus fantasmas, el “tipo de las zapatillas”, Drácula, Madeleine Giovanni y Lameth, la fortaleza frente al mar, la espada de Ulises, el mustang de Morgan, la colina de la emboscada en los cerros de Viña del mar y el pozo en las cavernas incas, la batalla campal contra el Matusalén y las escaramuzas de patrulla.

Tantos recuerdos, tantas aventuras.


La orquesta de fondo, el piano gimiendo en melancólico solo, tocando el polvoriento corazón de todos, hasta de los Nosferatu, con sus apesadumbrados sones de pasadas glorias, de añejas batallas, de extintos amores.

La camioneta se detiene frente a la puerta, con insolentes chirridos, que falta de educación, que falta de clase. ¿“Brujahs” quizás?. Los ghouls de la puerta no alcanzan a hacer mas preguntas, unos a otros se ahorcan sin emitir ni un grito, ante una sonrisa de Blitz.

Los Ventrue brindan recordando antiguas tradiciones, los Toreador continúan su danza a los acordes del piano, hasta los Tremere se dan un momento de respiro de sus mágicas preocupaciones para disfrutar de la sangre fresca.

Uno de los Brujahs se desploma carbonizado en medio del pasillo, el otro trata de manotear su arma antes de sentir el frío acero entre sus costillas.

Todos sonríen, con sus colmillos audazmente afuera, celebran al nuevo príncipe. Un día de regocijo, de tregua entre los clanes, de calma… de conclave.

De ruidoso brindis de conclave.

Los Assamitas de la puerta dan mayor pelea. Tres segundos de pelea. Sus gritos son ahogados por los cánticos y chocar de vasos al abrirse las puertas.
Los cazadores no se asquean de la escena, no es la primera vez.
Brindis por la inmortalidad, por la mascarada, por Caín. Todos por Caín.
Todos, hasta los hermanos recién llegados.
Esos con las espadas.
Esos sin colmillos.
Esos que nos disparan.

Ya no hay danzas, mas que con la muerte, la verdadera, la temida… esa en secreto largamente esperada. Ya no hay mas brindis, solo dolor, y rabia… y temor.

Una a una las armas vacías caen a los pies de los recién llegados y son reemplazadas por otras.
Uno a uno caen, sin distinción de clan, sin distinción de generación, Sires y vástagos, Brujahs y Ventrues.

El príncipe, un arrogante Toreador, es de los primeros, uno de los cazadores, ese de la escopeta, le vuela la cabeza sin miramientos, como a uno cualquiera, sin dedicarle ni una sola mirada a su cuerpo echo polvo.

El de la espada, el gigante de las cicatrices, los corta sin piedad, a su alrededor vuelan los miembros amputados y las cenizas de los caídos.
Mas allá, una sombra, como siniestro espectro de venganza, decapita a los Sires Ventrue, mientras sus chiquillos vuelan por los aires y se estrellan contra los muros cuales marionetas con sus hilos arrancados.
Los Brujahs y Tremeres estallan en llamas aun antes de recibir los disparos.
El mas viejo del grupo, uno de traje, se da el lujo de tomarse su tiempo con una bocanada de su habano antes de volarles las cabezas. A su lado uno bajito barre con los que se encuentran a los lados del salón. La ametralladora ya debe quemarle las manos, sin embargo no se inmuta y sigue destrozando sus cuerpos.
Ese del sombrero, con la escopeta aun humeando, camina al medio del salón, a su paso los orgullosos Toreador se ven sus propias entrañas antes de morir.
Los Malkavian se ven más dementes si es posible, corren en un circulo cuyo centro es un delgado joven que solo abre los ojos para cortar la cabeza del mas próximo.
Lion de Taardi, el Tzimitse sonríe al fijar sus poderes sobre el joven, en su mente ya disfruta el dolor que le hará sufrir. Tanto lo disfruta que no ve a los tres Malkavian que se separan del circulo y lo descuartizan antes de matarse entre ellos.
Ahmed Al Assan el traidor sire Assamita se desvanece en sombra y fugaz movimiento, en medio del salón, los dos fantasmas se enfrentan en supersónica batalla, hasta que una de las sombras emerge… de entre las cenizas de la otra. El cazador sonríe un momento ante la justicia que sera celebrada en el Alamut y luego otra cabeza cae mas allá.
La gigantesca espada cae sobre Tairos atravesando su pecho y subiendo, partiéndolo en dos hasta que el polvo del que fuera el respetado mentor Nosferatu se dispersa en la batalla.
Nada puede detenerlos, ni los más poderosos Sires, ni los mas dementes ghouls, no hay fuerza demoníaca capaz de hacerles frente, son la furia de la justicia, la vendetta de la humanidad.
Entre el polvo y las cenizas los vengadores avanzan sin resistencia, los últimos vampiros caen, ya entregados a su suerte. Las ultimas victimas del ganado, yaciendo aún con vida colgados sobre las fuentes, reciben una bala misericordiosa.

Siete sombras abandonan el salón ahora desierto, en cuyo centro la muerte, cansada de tanto trabajo, se sienta un momento, sonriente en medio de su cosecha.

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