martes, 21 de abril de 2009

Pecados imperdonables


Pecados imperdonables.
2001.



28 horas antes
El era de las calles, de bastos recursos, de acelerada astucia.
Alcurnia había tenido su madre, y fuerza, como la que el ya había empezado a demostrar, fuerza que la había llevado a sacar adelante a sus 3 pequeños a pesar de la desgracia.
De su padre nada sabia, aunque se imaginaba que buena sangre habría tenido, el era conciente de ello y le enorgullecía mas de lo que podía pensar, habían sido luchadores, guerreros, aunque fuera por servir a otros.
Si, su padre tendría cicatrices orgullosas en su cuerpo como su madre las tenia, así debía ser su padre.
El no tenia muchas, aun era casi un bebe, grande para su edad, lo suficiente para sacar partido a ello, pero aun demasiado poco para sustraerse al daño que los mayores pudieran hacerle.
Pero sobrevivía, solo, ajeno al mundo que le rodeaba, comía cuando podía, dormía donde era necesario, y miraba con esos ojos dispares, uno azul y otro café, a aquellos como el y diferentes.
Cuando la necesidad guía tu vida, te aferras a lo que tienes y aprendes a conformarte con lo que se te es entregado.
El muy bien había entendido eso y como siempre esperaba afuera del restaurant como todas las noches, acurrucado en las sombras, esperando a veces solo, a veces con otros parias, a que el cocinero al terminar el día, sacara las sobras que le daban a su cuerpo la fuerza que deseaba.
Esa noche era diferente, un hombre extraño esperaba también en las sombras al final del callejón, su figura extranjera y sus ropas amplias le parecieron en su poca familiaridad algo femeninas y vaporosas.
El hombre se mantenía inmóvil y siguió así incluso cuando los tres vehículos se detuvieron delante del local, estaba al final pero aun así debía poder oírlos.
El en cambio aunque oculto entre los cartones, podía ver gran parte de la calle y aunque sin comprender, supo de inmediato que algo extraño estaba por suceder.
No era la inusual semejanza de los autos, ni la idéntica imagen de la docena de hombres que bajaron de ellos, ni siquiera fueron las armas que al unísono aparecieron en sus manos.
Era algo especial de aquellos como el, la visión de la luz que les rodeaba, en el caso de la gente normal, aunque podía variar de colores, era siempre clara, luminosa, casi sólida.
La de los recién llegados era extraña, clara aun, pero matizada de oscuridad.
La del hombre oculto entre las sombras del callejón era aun mas extraña, casi no brillaba, era pálida, opaca, y exhibía una líneas sanguinolentas que creaban un jirón de telarañas a su alrededor.
Entonces comenzó.
El escondió la cabeza entre los cartones, el estruendo lleno las calles, y pudo sentir claramente el olor acre de la pólvora atenazando sus pulmones.
Los hombres abrieron fuego contra el restaurant.


El estruendo lleno toda la parte delantera de la propiedad, sacada de sus goznes, la maciza puerta de hierro forjado se deslizo unos metros antes de terminar sobre los cuidados jardines. Las alarmas y gritos llenaron la mansión, verdaderas hordas de guardias ghouls vestidos apresuradamente comenzaron a llenar las salidas, el sire estaba bajo ataque, alguien osaba irrumpir en su cubil.
El auto se detuvo frente a la entrada principal, los dos ghouls no se hicieron mayores problemas, simplemente soltaron una lluvia de balas sobre el, los neumáticos quedaron inutilizados, sendos agujeros trazaron líneas caprichosas en la carrocería, definitivamente había pasado a mejor vida.
Cautelosamente se acercaron.
- Era un bonito auto Braulio -.
- Shelby cobra GT500, 1969 posiblemente, una lastima -.
Mientras el tal Braulio buscaba metódicamente alguna otra seña distintiva entre los golpeados emblemas del auto, el otro guardia se asomo a la cabina.
- Esta vacío -.
- ¿Como que vacío? -.
- No hay nadie, te digo -.
- Alguien le habrá puesto un ladrillo y lo lanzaron desde la calle -.
- ¿Y doblo solo?, son 200 metros en zigzag desde la calle, no se pue… -.
El sonido venia desde el suelo, era como un leve ronroneo que comenzaba a subir de intensidad gradualmente, las luces se encendieron y el rugido del motor lleno el aire.
Primero fueron los neumáticos, espontáneamente con un ligero silbido comenzaron a inflarse, los agujeros en el metal comenzaron a cerrarse, los golpes y rayones a desaparecer.
Antes que pudieran salir de su estupor, el auto estaba como nuevo, brillaba a la luz de la luna… ellos retrocedieron…
Pareció mirarlos…
Y se les lanzo encima.
No hubo tiempo de recargar, las dos toneladas de acero de Detroit les pasaron por arriba… 3 veces.
En el sótano, con un cadáver sin cabeza por testigo, Morgan levito los cables de alta tensión y los dirigió a la salida de la maciza caja de fusibles.
Los relámpagos recorrieron los cables y cada artefacto eléctrico del complejo se fundió por la sobrecarga. En la sala de guardia, el jefe de seguridad soltó un grito y las cámaras se apagaron.
Y la pesadilla cayó sobre ellos, como si viniera de todos los lugares al mismo tiempo.


28 horas antes.
El quiso taparse las orejas, pero los sonidos llenaban probablemente varias cuadras a la redonda, era un concierto infernal, donde los atronadores tableteos de las armas automáticas se mezclaron rápidamente con gritos de terror y rabia que procedían desde el semivacío salón.
La lluvia de balas menguo con la misma celeridad como había empezado, no sin antes destrozar la fachada y posiblemente todo lo que hubiera adentro.
Los hombres recargaron y mantuvieron las armas en alto, pero ya no era su momento, era el turno de trabajar para otro.
El pudo verlo moverse, casi con desgano, el hombre extraño se incorporo y avanzo hasta la puerta trasera, aquella por donde el chef con una aparente actitud de enojo les echaba para luego con una sonrisa en el rostro darles algo con que llenar sus estómagos.
Sin producir ni un solo sonido, incluso para el, el extraño entro al restaurant, momentos después los gritos llenaron el ambiente.
Morgan podía ver parte de la escena, llevaba horas sobre la azotea, observando al Assassin acechando en las sombras del callejón varias calles mas allá, no podía verle el rostro a pesar del monstruoso aumento de la mira del Barret.
Eso no evitaba que pudiera leer bastante; las vestiduras, la forma como cada movimiento era exacto, justo, no había fallas no había roces, no habrían sonidos. El Assamita era un asesino con experiencia, un Silsila maduro, de varios cientos de años de muertes.
Morgan conocía bien a los de su clase, quizás mas tarde jugaría un poco con las capacidades de detección del Assassin antes de saludarle, seria agradable quizás saber alguna noticia de viejos amigos.
Pero antes debía asegurarse de cual era su contrato, el vampiro no estaría ahí, aguardando a la intemperie por gusto, su blanco estaba cerca y esperaría el momento oportuno.
Y el sospechaba que podía ser su blanco.
El restaurant junto al callejón era de un truhán adicto a la sangre de vástago, un tugurio algo de moda entre la escoria ejecutiva donde el alcohol, drogas y algunas cosas peores se tranzaban en total libertad.
Un refugio del sabbat.
Como todo viernes, algunos de los mas retorcidos mano negra trataban de darse algo de orden en el caos de una reunión casi inútil donde las discusiones inconexas estaban a la orden del día.
No había que ser un experto para deducir que tarde o temprano, la camarilla aprovecharía ese error para terminar de un solo golpe con varios de sus peores problemas y tomar el control de la nación vampira local. Por ello no se extraño cuando los todoterreno negros se detuvieron frente al local, tampoco cuando el ataque comenzó, estaba en primera fila para la función.


El caos llenaba la mansión, con solo algunas luces de emergencia parpadeantes, casi cada medida de seguridad con tanto ahínco preparaba resultaba inútil, y eso saltaba a la vista, gritos esporádicos y cuerpos abandonados se transformaron rápidamente en el minuto a minuto para los cada vez mas aterrorizados ghouls que espontanéame comenzaron a reunirse en el hall central.
Como rebaño en el corral.
En el centro del grupo de temblorosos esbirros, una sombra se materializo lentamente desde el piso, los guardias, de frente a la puerta principal no la descubrieron hasta que era demasiado tarde.
Con su cabeza haciéndose sólida lentamente, Morgan abrió los ojos, tenía delante de si una pared de espaldas y armas apuntando lejos, no iba a desaprovechar la oportunidad, la katana se volvió materia con un ligero brillo en su punta e inmediatamente trazo un amplio arco.
Tres ghouls fueron cortados en dos.
El pandemónium se desato en el amplio hall de la mansión, en la casi completa oscuridad, enfrentando a una sombra que se deslizaba a velocidades increíbles, con las armas quemándoles las manos de tanto disparar al vacío, los guardias ghouls del primogénito Toreador fueron cayendo uno a uno, en estertores de sangre y miembros cercenados.
Cubierto de sangre de pies a cabeza, rodeado de cadáveres, el cazador comenzó pausadamente a subir las amplias escaleras.


28 horas antes.
El podía sentir la tensión adentro, el hombre vestido de hembra parecía soltar nuevos hedores a cada sonido que hacia, temblando de miedo, aun abrumado por los sonidos y olores se acurruco aun mas, con sordos quejidos añoro a su madre por primera ves en meses, su malograda madre.
Dentro de el destrozado salón del restaurant, Zuleik sonreía, los últimos dos jadeaban ya, había sido una operación casi perfecta, los ghouls del toreador habían sido mas bien un seguro, una distracción y una forma de ablandar a los sabbat un poco, obligarlos a curarse, a gastar la preciada sangre que podrían usar en su contra.


El ghoul surgió del descanso, con una recortada en ristre no necesitaría apuntar, pero Morgan ya no estaba, se deslizo en sombra entre el barandal emergiendo detrás y materializándose con un arma en cada mano, apoyo la Dessert en la nuca del ghoul y disparo, la Magnum se elevo hacia el guardia que asomaba desde la planta superior, su cabeza exploto en un desastre de huesos y sangre.
Dante recogió con su larga lengua una de las gotas de sangre que le habían salpicado la cara he hizo una mueca de disgusto, amarga, sangre de ghoul, sin clase, un desperdicio de recursos en su opinión.
Apoyado en el amplio pasillo siguió esperando a que el cazador subiera, podía sentirlo claramente con su auspex y tenia una desagradable sensación de inquietud, había algo en ese humano que no calzaba, algo mas allá que la percepción normal del ganado, algo sobrenatural, algo erróneo.
Trato de deshacerse de tan perturbadores pensamientos, fuera como fuera, era definitivamente humano, y Dante no esperaba demasiada diversión de el.
Morgan lo percibió antes de terminar de subir las escaleras, un sonido de seda, un tintineo leve de joyas, un aroma entre frutal y amargo, con un toque de sangre.
Toreador sin duda, el segundo del dueño de casa.
Giro en el pasillo con las manos desnudas, el vampiro lo esperaba con un gesto de hastío y al parecer evidente desilusión.
No había glamour en el cazador, esperaba algo mas vanhelsinesco, tal vez un toque victoriano, alguna pizca de barroco o gótico, en cambio era una figura simple, practica, una cruza entre comando hi tech e investigador privado.
Le costo encontrar que era lo que estaba fuera de lugar, hasta que lo vio sonreír, dientes blancos, parejos, cuidadosamente cuidados, mordiendo una colilla de cigarros ligeramente sanguinolenta.
Una mueca de desprecio, insolencia, eso era lo que estaba fuera de lugar, habría esperado terror, odio insano, al menos inquietud.
El humano en cambio parecía divertido, lo miro de pies a cabezas y no pudo reprimir una risita.
Vestido de calzones perlados y chaquetilla de arabescos, el toreador adoraba ser un referente tradicional de su estirpe. Dante nunca había sentido tal insolencia, nunca su ego había sufrido tal afrenta, ningún vástago se habría atrevido a tal actitud.
Y este humano, sin gusto y clase se atrevía…
Debía morir, morir lentamente.
Los colmillos del vampiro se hundieron en sus labios, el ceño fruncido, los rasgos descompuestos. Había caído en la trampa, si habían vástagos fáciles de manipular eran los toreador, solo había que golpear donde mas le doliera, nada como herir su ego para hacerles perder el control…
Para hacerles cometer un error.
Dante hervía de furia, no razono, no recordó ni un solo pasaje de su larga historia de honorables duelos, de sangrientas cacerías.
Solo se lanzo en un único ataque, definitivo, devastador, incontrolado.
Era lo que Morgan esperaba. El abrigo abierto, la mano en la empuñadura de la katana.
Dante desafío las leyes de la física, impulsándose desde las paredes del pasillo, las garras buscando la garganta del mortal, un ataque con toda la velocidad que podía darle su celeridad.
Pero Morgan ya no estaba ahí, le esquivo a ultimo segundo, con una velocidad imposible para un humano, Dante aun estaba en el aire cuando la afilada hoja corto su costado, y aun estaba en el aire cuando trazando un caprichoso arco la espada rebano sus piernas.
Su torso se deslizo por el piso unos metros atenazado por el dolor, hasta que un pie le detuvo.
El cazador imposiblemente estaba ahora delante de el.
Dante no tuvo tiempo de enojarse consigo mismo por su error. La katana giro en circular y le rebano el cuello, la cabeza del vampiro rodó unos centímetros con aun una mueca de terror en el rostro antes de volverse cenizas.
Morgan encendió un nuevo cigarro y murmuro:
- Olé… hijo de puta -.


27 horas antes.
El temblaba y no por el frío, el extraño hombre mujer parecía llenar el salón con su presencia e incluso era como si saliera por cada resquicio y ventana rota, brisas intermitentes desde adentro lanzaban vendavales de olores hacia el callejón, sangre, pólvora, vísceras y sus contenidos, licores baratos y comida desperdiciada.
Era algo salvaje, más de lo que pudiera estar acostumbrado, más que cualquier cosa que hubiera sentido alguna vez en las calles.
El hedor de la muerte, el sonido de la destrucción.
Morgan no podía apreciar esas sensaciones, desde su posición solo tenia jirones de movimiento, fragmentos de escenas a medida que las figuras y sombras pasaban por las ventanas derruidas. El resto tenia que imaginarlo.
En su mente fue formando las acciones, ahí el Tsimitze que llamaban Pike trataba de refugiarse tras su forma de sangre, el Silsila lo golpeaba antes de terminar el proceso, un La sombra se escabullía por detrás, pero el árabe debía tener unas capacidades perceptivas bastante decentes, Morgan solo veía el brazo esgrimir la cimitarra pero podía imaginar el golpe, el La sombra no se pararía.
Era un verdadero espectáculo, Zuleik lo estaba disfrutando, era un buen día para el, un buen contrato prestamente cumplido, redituable, incluso con el poco gusto que sentía por la sangre Tsimitze, pero un buen trago no se menospreciaba.


- ¿Dante? – Alister Mcormick estaba extrañamente intranquilo, había sentido la batalla entre sus guardias y los intrusos, pero ahora percibía una sola presencia, sus sentidos le decían que era humana, pero eso era impensable, su refugio era impenetrable, tenia legiones de guardias y su propio preferido cuidaba sus habitaciones, no existía humano capaz de superar algo así… o si? - ¿Eres tú?-.
Morgan no dijo nada, simplemente irrumpió en el despacho tranquilamente, el punto rojizo de su cigarro delimitando su rostro.
- ¿Un humano? -.
- Tú chiquillo esta muerto, ya solo quedas tú – Dijo calmadamente.
- ¿Sabes quien soy? Que soy? – Lanzo todo su poder de presencia en un solo golpe, una orden terrible de sumisión inmediata – ¡Arrodíllate ante mi! -.
El humano bajo los ojos, sus piernas se doblaron ligeramente.
Alister sonrío… y entonces sintió la presión sobre su pecho.
Morgan alargo uno de sus brazos, la palma hacia delante, los dedos flexionados, los ojos semicerrados.
Alister se sintió levantado, y lanzado por los aires cayo tras el macizo escritorio de caoba.
- Tu hoy cometiste un acto que no puede ser obviado, al menos para mi, quizás no sepas que, pero serás tu el que quedes de rodillas por eso -.
El toreador estaba en shock, un mago, un mago guerrero había irrumpido en su refugio, no, era otra cosa, pero debía serlo, era la única explicación, no era de la estirpe, no era un vástago, pero su áurea tampoco mostraba otra cosa.
Su áurea decía que era humano.
- No deberías confiarte tanto… Mago, caerás en duelo -.
Alister lanzo el escritorio a un costado de la habitación, alargando el brazo tomo una espada cincelada de la pared y giro hacia el humano.
El humano le descargo sus armas casi a quemarropa, armas grandes de grueso calibre, las pesadas balas le atravesaron el pecho limpiamente, el vampiro quedo sorprendido un momento, las heridas sangraban profusamente y nuevas se agregaban a medida que los impactos seguían sumando, finalmente cesaron y las armas vacías cayeron al suelo.
Desde un rincón del inmenso despacho, el Assamita río sonoramente al ver el estupor del vástago ante la sorpresiva y poco “deportiva” jugada del cazador.
- Ahora el humano ha ajustado las cosas sire -.
Alister ardió de furia, la risa del infiel hizo hinchar las venas de su frente, la sangre fluyo y sus heridas comenzaron a cerrarse.
- Tendrá que pensar maese toreador, ya no hay suficiente sangre para usar todas sus disciplinas, deberá elegir y elegir bien, pase lo que pase tendrá que beber la sangre del humano o morirá -.
La última de las heridas no curo, Alister había recibido demasiado daño, un poco mas y estaría indefenso ante el cazador.
- Le deje otra posibilidad – Dijo morgan lanzando una mirada de complicidad al Assamita – Podría tratar de beber sangre del Alamut -.
El Assasin dio un respingo y luego su carcajada fue aun mayor.
- Eso seria digno de verse, recordare este movimiento humano, hoy he aprendido algo nuevo, Alá es grande -.
- ¡A callar perros!, te despellejare vivo mago -.

Alister hizo su fluir cada gota de sangre que le quedaba, sus músculos se llenaron de la química primordial del poder, un solo ataque de celeridad absoluta y el insolente seria suyo.
Morgan entrecerró los ojos, su vista fija en cada punto útil, las cadenas de la gran lámpara araña el techo, los cordones de las cortinas, las dos sillas Luis xv del escritorio, la alfombra persa del piso, los cables de los aparatos electrónicos.
- Vita -.
La palabra surgió en susurros de sus labios, pero no era la fuerza de su voz sino su voluntad lo que hizo surgir la chispa de los objetos, al unísono cada obstáculo posible entre el y el vástago cobro vida y se lanzo obediente contra el toreador.
Zuleik alcanzo a abrir los ojos con asombro ante el prodigio.
Alister no vio nada, concentrado en su ataque, levanto la espada, flexiono las piernas y cobro impulso.
La espada no bajo, las cadenas del pesado candelabro se enredaron en ella.
Sus piernas no alcanzaron el siguiente paso, la alfombra se recogió en sus tobillos y los cables eléctricos atenazaron sus muslos, los cordones de las cortinas enlazaron su otro brazo.
Fue una fracción de segundo, nada podía resistir el ímpetu del vampiro mas que eso, pero fue suficiente, la espada cayo a destiempo solo encontrando aire vacío, mientras el cazador haciendo una finta pasaba por su lado asestándole un demoledor corte en el cuerpo desprotegido.
Los intestinos del vampiro se deslizaron fuera de la horrorosa herida, litros de preciosa sangre derramada inútilmente, el dolor le lleno todo un costado. Alister grito y su grito fue cortado.
Morgan giro sobre su eje, la espada subió con el giro y cayo diagonalmente sobre la espalda del vástago, un nuevo corte tan espantoso como el anterior cruzo su carne.
El tercero vino desde abajo, la hoja oriental trazo un ocho a ras de piso y emergió hacia las rodillas del toreador.
Alister sintió como perdía el equilibrio, ya era una masa de dolor y el sentido amenazaba con abandonarle.
Cayo al piso, indefenso, humillado.


27 horas antes.
El olor a muerte era absoluto, llenaba el callejón y el lo podía sentir mas que cualquier cosa que hubiera olido en su vida. El hombre raro se sentía claramente entre toda esa muerte, su hedor almizclado surgía desde adentro. Se aventuro a salir tímidamente de su escondite hacia la esquina del callejón abrumado por los acontecimientos más allá de su comprensión.
Un cuarto vehiculo, uno grande había llegado, mas hombres bajaron, el primero un joven vestido extraño y con un olor que le recordó los restos de la frutería cerca del mercado, su luz era pálida, muy pálida.
El segundo era un hombre mayor, su ropa y su olor no importaban, pero su luz, su luz era pálida hasta la insania.
Era el mal, algo que no podía comprender pero que sin embargo su instinto reconocía, ese hombre estaba lleno de maldad.
Que fue lo que lo impulso fuera de su escondite, no podía saberlo, era como una furia que surgia desde el fondo de su alma, una ira primitiva surgida de tiempos olvidados, una necesidad imperiosa de hacer sentir su voz, de gritar la alarma ante el mal.
Se puso de pie e inflando sus pulmones dejo que el aire saliera de su boca.
Morgan encendió un cigarro, ya todo había terminado, lo que había alcanzado a ver era interesante, el estilo del silsila era distintivo, algo medieval sarraceno con un toque persa tardío, bastante típico en términos generales pero distinguible. Vio como salía por la puerta principal a encontrarse con los recién llegados, vástagos de alcurnia al parecer, el Assamita había cumplido su contrato.


Alister habia perdido, no tenia ya fuerzas para presentar batalla, no contra un enemigo tan sorprendentemente poderoso, pero tenia un as bajo la manga, al menos eso el creía.
- ¡Mátalo, te lo ordeno! -.
- Mi contrato fue cumplido, no recibo órdenes de ti – Respondió el asesino, y su respuesta hizo temblar al vástago caído.
- Te volveré a contratar, por el doble, el triple… -.
- Jajaja… noble Toreador, aunque juntaras la sangre de cada uno de tus chiquillos, aunque desangraras a todo tu rebaño, aunque tu clan de sodomitas y bailarines hiciera una colecta por ti no lograrías suficiente para que yo luchara contra quien creo que es -.
El assamita aliso su capa y cruzó la habitación pausadamente, justo antes de llegar a la puerta se giro y con una pequeña reverencia dijo:
- Que la paz de Alá este contigo, cazador -.
- Y que la sabiduría del viejo de la montaña te acompañe, Silsila – Respondió Morgan.
Zuleik sonrió y desapareció en la noche dejando solo una brisa helada.

Alister temblaba, una fina capa de piel se había formado en sus muslos parando la hemorragia, sin sangre era lo único que podía hacer por ahora.
- Te daré lo que pidas, riquezas inimaginables, poder, contactos, solo dime tu precio -.
- Algunas cosas no tienen precio -.
- ¡¡Que!! ¿Que puede ser tan grave como para que hagas esto, cual fue mi pecado? – Su cerebro desvarió desesperadamente repasando cada repulsiva acción a lo largo de los siglos… no, debía ser algo cercano, un adversario así no habría esperado por su venganza - ¿Acaso un amigo entre los sabbath, tal vez un la sombra, o alguna amante, quizás un ghoul? -.
La katana trazo un fino arco y el brazo izquierdo del vampiro se separo limpiamente de su hombro, el dolor inundo a Alister, quiso gritar y la sangre formo borbotones en su garganta.

- No te gastes los sesos, ninguno de tus hermanos o sirvientes valía ni el hedor que despedían, ¿Crees que gastaría mi tiempo en vengarles a ellos? -.
- Entonces un contrato, los toread… -
El brazo derecho voló un par de metros, Alister tosió algo de sangre, cada fibra nerviosa de su cuerpo ardía de dolor.

- No hay nada que tu gente pueda darme, no hay precio posible, no importan tus crímenes, los vástagos que traicionaste, los humanos que te siguieron y hundiste en tu porquería, son parte de la guerra… - Clavo la katana con un gesto de hastío en el piso, quizás un suspiro ahogado escapo de entre sus dientes - Pero ayer tuviste un acto de maldad pura, dañaste a un absoluto inocente, si tenia alguna duda que eras una criatura de la oscuridad me la disipaste… y debes pagar por eso -.

Morgan se arrodillo junto al cuerpo inútil del vástago, en su mano una pequeña estaca de roble se asomo, los ojos de Alister se abrieron por completo, algo pudo moverse, la estaca se situó justa al lado del esternón, entre dos costillas y comenzó a hundirse.
Quiso gritar y su lengua no se movió, la estaca había llegada al despojo mohoso que alguna vez fuera su corazón. Apenas sintió la mano poderosa sobre su garganta.
Morgan lo arrastro despacio hacia el balcón, casi casualmente sentó el torso desmembrado en una polvorienta reposera.
El cielo en el horizonte comenzaba a enrojecerse, Alister ya no podía temblar.
Con delicadeza el cazador saco un puñal, un pequeño kriss malayo, al salir de su funda una pequeña gota incolora brillo en su punta.
Corto desde el ápice del pabellón hasta el lóbulo, la oreja se desprendió limpiamente, la guardo en una pequeña bolsa y se sentó en la reposera contigua.
Los primeros rayos del sol comenzaron a aparecer.
Alister quería gritar y no habían sonidos en sus labios, quería correr y no podía siquiera levantarse. Moriría ahí, una ultima tortura sin sentido y se quemaría frente al terrorífico astro. Morgan levanto la bolsa y la miro a trasluz.
- Esto es lo que vine a buscar costal de huesos… quizás pueda parecer algo menor para ti, pero algunos pecados no se pueden perdonar -.
La luz del sol comenzó a descender desde el techo de la mansión, ilumino la reposera y Alister se prendió en llamas.
Con su última sinapsis recordó.

27 horas antes:
El assamita salio tranquilamente, su mentón y cuello estaban cubiertos de sangre oscura y sonreía con aguzados colmillos en una mueca de profunda satisfacción. “Criaturas desagradables, bien ganado tendría que avisara de posible diablerie a mis superiores” pensó Alister, se levanto lentamente de la limosina flanqueado de sus guardias.
El perro en el callejón comenzó a ladrar en ese momento, un ladrido ronco, rabioso, un grito de alerta incrustado en lo mas profundo de su adn, una conducta aprendida hace milenios, un acto puro de su fidelidad absoluta.
- Supongo que has cumplido assasin –
- Tal como decía mi contrato -.
- Y serás recompens… - El ladrido era ensordecedor, rompía la solemnidad de la situación – ¡Maldito animal! -.
Alister desenfundo su arma predilecta, una cincelada Beretta 9m con incrustaciones en platino, un trabajo magnifico de un armero de Praga, sin apuntar disparó, el grito de dolor canino lleno la calle, el vampiro rió, era como un giro del destino, el había mandado a matar a esos perros del Sabatt y ahora como toque especial mataba literalmente a otro perro con sus propias manos, un divertido final para el tercer acto de su obra maestra, magnifico, muy Shakespeareano.
Sin prisa se acerco al can moribundo, un ejemplar grande se dijo, de la calle o quizás no, podía ver algo de pureza de raza, pero las orejas y cola sin cortar denotaban su baja procedencia.
Hubiera preferido algo con más pedigrí.
Eso podía arreglarse, con su daga corto parte de la oreja del animal.
Un trofeo algo básico, pero con gran valor simbólico, sonriente subió a la limosina y dio la orden de partir.
Pasaron varios minutos luego que los autos se fueran, el polvo ya se había asentado y el can ya casi no gemía, en el medio del charco de sangre ya se entregaba a su muerte cuando la figura oscura al fin pudo llegar al callejón, con delicadeza tapo la herida y tomándolo entre sus brazos desapareció en las sombras.


El motor del Cobra dejo de ronronear unos instantes antes de cerrarse el portón. Morgan se soltó los arneses dejando las armas en el piso, ya después las recogería y ordenaría, paso por el laboratorio y tomo un frasco lleno hasta el tope con formalina.
Bajo despacio, evitando hacer ruido y abrió la jaula, dos ojos agradecidos se fijaron en el de inmediato, ahora brillaban con un poco mas de fuerza, reviso el vendaje y la fijación de la pata, se veían bien, el sangrado había parado y el conjunto seguía sólido, sanaría por completo.
El vendaje en la oreja también estaba limpio y seco.
- Estarás bien, no puedo hacer nada por tu oreja – Dijo el cazador – Pero te traje un souvenir para que te sientas mejor -.
Dejo el frasco sobre la jaula, Van Helsing y Abaddón se asomaron por la puerta moviendo sus colas, el viejo pastor y el monstruoso gran danés, fieles compañeros de tantos años.
- Parece que les agradas… pero para quedarte necesitaras un nombre -.
El joven rofftweiler hizo ademán de mover su cola, era fuerte, un luchador, sus ojos pronto tendrían su brillo completo, un brillo de vida, de luz.
- Hekhael… tu nombre será Hekhael -.

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