lunes, 6 de abril de 2009

Los Cazadores: Javier

Javier.
2002



Trazos y pinceladas, rojo por aquí, azul por allá. Rojo por el odio, azul por la desconsuelo.
“The Cure” suena depresivo, suena triste, suena… a “the cure”, con la voz de smith saliendo despacio por los parlantes salpicados de látex y óleo, con el melancólico chicharreo del vinilo de fondo, ¿alguna vez a sonado de otra forma?

Javier Veracruz aprieta los dientes con enfado mientras lanza brochazos con la futilidad del porque sí.
Muchos días con bloqueo creativo, la pesadilla del artista, el pintar con desgano, la torpe técnica del desosiego emocional.
¿Atrás quedaron esas obras inmortales fruto del trance no deseado?.
¿Es todo su talento una quimera?, ¿Una simple mentira producto de fuerzas que a veces, solo a veces, siente fluir por el?.
La duda le carcome por dentro, el miedo atroz a la mediocridad. Después de todo así a sido siempre.

Perdido, casi infantil, irresponsable. ¿Mediocre?
¿Acaso no ha sido así toda su vida?
Persiguiendo sueños de arte, mas como excusa a su propia falta de proyección de futuro, que a genuino deseo de expresar una creatividad esquiva.
A vivido rehuyendo sus propias culpas, sus propias responsabilidades, considerándose a si mismo, en su inconsciente, a merced de ideas tan pueriles como la misma noción de destino.

Culpando a otros por cada fracaso e incluso por cada éxito.
Nunca pidió ser lo que es, ni vivir lo que ha vivido. Y sin embargo es esta misma falta de decisión la que ha permitido cada hecho en su historia.
Cada paso, adelante y atrás.

Esa indecisión la que lo llevo a enredarse en una guerra en la que nunca ha sido un buen guerrero, una vez más por falta de talento y constancia.
Esa indecisión la que lo llevo a enredarse en mil relaciones sin futuro, para terminar siendo casi el juguete sexual de una criatura con la que no podía compararse.
Esa misma indecisión que lo llevo a ser el padre ausente de una hija que no solamente por su inmenso poder pareciera haberle superado ya en madurez.
Una hija que le es todo, un propósito al fin, una certeza reconfortante tanto buscada y sin embargo aun no suficiente.
Javier, un joven compartiendo el cuerpo y la mente con un niño y un abuelo ambos parte de él mismo y a la vez tan ajenos. Tratando de encontrar una respuesta al caos del que forma parte, pero sin esforzarse demasiado.
Un poco de amarillo por acá, un poco de verde por allá. Amarillo por la alegría, verde por la esperanza.
Lentamente los rostros de sus nietos emergen en la pintura rodeados por esa áurea de poder que les pertenece por herencia.
Javier a sus veinte y tantos, se siente niño y anciano a la vez, sin darse cuenta acaricia el revolver que se ve fuera de lugar en su cinto, buscando a ciegas una vez mas un rumbo en su vida que se niega burlón a mostrarse y que ni el alcohol ni las drogas aclaran en lo mas mínimo.
Otras cosas peores tampoco lo han hecho.
Llevado por la corriente es como podría definir su existencia, pataleando y sacando apenas la nariz sobre las frías aguas que lo entumen en vez de despertarle y hacerle reaccionar para nadar.
Si, alguna vez lo ha intentado, alguna vez apretó los dientes y dijo no, encaro las cosas y luchó por lo que quería…
Y fue peor.
¿Ha crecido o es solo la amargura hipócrita del perdedor? Del torpe que más allá de romper los licores de Isaías con lo que tropieza es con la vida misma.
Tanto y tan poco, Javier atrapado en uno de sus propios cuadros aun busca un destino que parece atenazarlo y cuando esta a punto de devorarlo lo escupe contra el lienzo de la vida como otra mas de sus pinceladas sin sentido.
Sin razón.
Sin propósito.
El rojo queda marginado a unas gotas perdidas, el azul se funde como en la noche. Javier se retira unos pasos y observa su ultima obra, negra y gris por completo.
No es excelente, pero si real, como muy pocas veces.
Como muy pocas veces, su obra es exactamente como se siente.

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